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Escuchar claramente; Así que escucho
Semana 3, Día 4
¿Qué impide el escuchar?
Para mí, uno de los mayores impedimentos es mis propios pensamientos…
Así que escucho.
Mis oraciones se han transformado de una combinación desorientada de palabras a momentos de silencio, escuchando a lo que Dios habla a mi corazón. Me he dado cuenta del valor de estar en la presencia del Señor en vez de siempre sentir que tengo que decir algo, o que necesito las palabras perfectas para expresar lo que tengo en mente.
Así que escucho Su corazón.
Después de varios años de amistad, mientras estuvimos de viaje en el carro, un amigo me comentó, “Me contenta que ya hayamos llegado al punto en la relación en el que ya no tenemos que llenar el silencio con comentarios. Estamos cómodos el uno con el otro y nos es suficiente pasar tiempo juntos sin decir nada.” Creo que por fin he llegado a ese punto en mi comunicación con Dios. Él tiene cosas mucho más importantes que decir que las que tengo yo. Su sabiduría es infinita. Sus pensamientos no son los míos ni Sus caminos son los míos (Is. 55:8-9), pero anhelo alinear los míos con los Suyos.
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Escuchando por mi nombre
Semana 3, Día 3
Llena los siguientes espacios en blanco:
Me emociona escuchar mi nombre cuando _____________.
No me gusta escuchar mi nombre cuando ______________.
Juan 10:3 (NVI)
3 El portero le abre la puerta, y las ovejas oyen su voz. Llama por nombre a las ovejas y las saca del redil.
Mi mamá tiene un nombre único. No hay mucha gente que se llama Jocelynn y si se llama así, es poco probable que lo deletree con doble N al final. Cuando escuchamos su nombre, volteamos pensando que es en referencia a mi mamá. Conocemos su nombre y sonreímos cuando lo escuchamos. Mi nombre no es tan único. En un retiro familiar en Cochabamba, Bolivia, había tres Michelle presentes: una niña, una adolescente, y mi persona. Obviamente, la niña fue la más llamada, pero volteé a ver cada vez que la llamaron. Todas. Las. Veces. Y dado que Michelle no es un nombre único, no debería de sorprenderme cuando haya más de una Michelle presente. La ocasión más cómica de la confusión de nombres fue cuando estuve en Bogotá, Colombia, un domingo. Hay un hermano allí que se llama Michel (Michael o Miguel en francés, pero pronunciado igual a cómo se pronuncia mi nombre). Así que cuando anunciaron que Michel iba a dirigir los cantos esa mañana para el culto de adoración, me quedé asombrada y asustada, hasta que me acordé que no era la única “Michel” entre los asistentes.