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El año pasado, después de regresar de un viaje a Buenos Aires, Argentina, y Bogotá, Colombia, mi vista estaba tan borrosa que temía perder la vista completamente.
El optómetra descubrió un virus en mis córneas. Di gracias a Dios por revelar la razón por mi vista borrosa, pero en los días siguientes, luchaba con lo que implicaba el diagnosis para mi cuerpo físico y mi capacidad de trabajar.
La vista se iba mejorando, pero se me fatigaban los ojos y me costaba ver las cosas en detalle, especialmente para leer.
Mucho de lo que hago en la vida y en el ministerio depende de la vista. No importa la buena que sea para tipiar, necesito poder revisar lo que he escrito – sea para el blog, una tarjeta de agradecimiento, o el nuevo libro en el cual debería estar trabajando. Hay mucho valor en la Palabra atesorada en mi corazón, pero no podía leer ni estudiar la Biblia.
Luchaba con sentimientos de culpa y frustración – principalmente porque, nuevamente, estaba dependiendo de mis propias fuerzas. Dios me recordó, literalmente, que debo caminar por fe y no por vista.
¿En qué maneras estás dependiendo de tus propias capacidades o fuerzas – tu “vista” – en vez de caminar por fe?
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Cuando Pedro salió por fe a caminar sobre el agua, confió plenamente en él que le llamó a salir del barco. Tomó varios pasos milagrosos, caminando sobre agua, así como hizo Jesús.
Sin embargo, cuando perdió la vista en Jesús, perdió su fe en la posibilidad de lo imposible.
Cuando no fijamos los ojos en Cristo (Heb. 12:2), nuestra fe sufre y nos abruman las tormentas de la vida. Pedro permitió que el viendo le distrajera de su enfoque en Jesús. Pero así no termina la historia.
Vemos en Mateo 14:28-32 que cuando el enfoque de Pedro cambió de Jesús al viento, clamó, “Señor, sálvame.”
Y fue lo que el Señor hizo y hace. Extiende su mano en gracia para rescatarnos. Toma un paso de fe hoy, sabiendo que el Señor está allí para rescatarte si pierdes la vista y traerte nuevamente a él.