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Sadrac, Mesac, y Abed-nego eran hombres de fe. Demostraron el tipo de fe que describimos ayer – una fe en Dios mismo, no sólo una fe en lo que Dios puede hacer.
Cuando se enfrentaron con el horno de fuego, no dudaron en la habilidad de Dios para rescatarles. Pero su fe en la sabiduría infinita de Dios y su confianza en el plan de Dios fue mayor que su esperanza por la redención física.
Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron y dijeron al rey Nabucodonosor: No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto. Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado. (Daniel 3:16-18)
¿Sigues fiel sin importar la respuesta de Dios a tus oraciones?
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¿He puesto mi fe en Dios o en lo que creo que Dios hará?
A veces, mi fe es un producto de mi esperanza en lo que Dios puede hacer y las grandes cosas que hará. Pero eso es creer en lo que está en su poder realizar, no una confianza en él.
¿Cuál es la diferencia?
La fe no sólo cree que él puede sanar el enfermo; confía que él puede obrar en la enfermedad o en la sanación.
La fe no se enfoca en “aquí y ahora,” sino que confía que Dios tiene la perspectiva mayor.
Te invito a poner tu fe en Dios mismo, no sólo en lo que puede hacer. Toma un momento para reflexionar en esa diferencia, especialmente en vista de los siguientes versículos de Hebreos 11.
13 Todos éstos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto y aceptado con gusto desde lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. 39 Y todos éstos, habiendo obtenido aprobación[ab] por su fe, no recibieron la promesa, 40 porque Dios había provisto algo mejor para nosotros, a fin de que ellos no fueran hechos perfectos sin nosotros.