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Juan 3:16 es uno de los versículos más citados de toda la Biblia. Lo vemos en letreros llevados a los estadios y como el recordatorio más usado del amor de Dios.
El versículo es tan conocido que quizás se haya hecho cliché, perdiendo la profundidad de su significado y la importancia de su mensaje.
Nicodemo, un fariseo y dirigente de los judíos, no lo entendió. Durante su conversación con Jesús, tarde una noche, Jesús le explica a Nicodemo que se ha enfocado tanto en lo físico que no reconoció al Mesías: la manifestación verdadera del profundo amor de Dios.
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Una de las cosas que me gusta de la historia del etíope eunuco en Hechos 8:26-39 es cuánto valoró la Palabra de Dios. En esa época, fue difícil tener tu propia copia de los rollos, pero mientras viajó a Jerusalén para adorar, le observamos leyendo el profeta Isaías. No entendió todo lo que estaba leyendo, pero Dios le mandó a Felipe para aclararle las cosas.
El eunuco estaba leyendo una parte de Isaías en la que el profeta hace referencia a Cristo como el cordero, llevado a morir, el sacrificio perfecto por nuestros pecados. Él estaba leyendo de la Palabra sobre el Verbo, pero no había tenido la oportunidad de verlo cumplido. El etíope no sabía que el Cordero, el Verbo hecho carne, ya había llegado a la tierra, habitando entre nosotros. Pero Dios mandó a Felipe para que aprendiera la verdad, fuera transformado por ella, y luego a volver a casa para compartirla con otros.
