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En las muchas clases que enseño, hacemos una actividad que se llama terapia de risa. Usamos las vocales para practicar la risa juntas. En el ejercicio, reconocemos los beneficios físicos, mentales/emocionales, y relacionales de la risa. Dios creó el remedio natural de la risa, lo que unos llaman la mejor medicina.
Me llama la atención cuáles mujeres están más prestas para participar en la terapia de risa – a reírse conmigo – y quien resiste. Sin embargo, cuando comienza y me río de maneras ridículas, se bajan sus defensas y muchas ya empiezan a reírse conmigo.
La risa es contagiosa. ¡Y la risa profunda de una bebé o un niño es lo mejor!
Cuando Zeni tenía seis meses, estaba desarrollando su propia personalidad y estaba aprendiendo a reírse. A su hermano mayor, Kadesh, le encantaba hacerle reír y una noche en particular fue espectacular. Corría para avisar a “Pops” (mi papá) para asegurar que él también estaba disfrutando de su risa. (Pero mi papá ya estaba grabando todo por video.)
La risa nos une. Los recuerdos y momentos compartidos crean una impresión duradera de amor y gozo. Esa noche especial, pasamos muchos minutos en risa juntos, deleitándonos en lo más sencillo que hace que un niño se ría.
La risa es buena para el alma. En ese momento, más nada importó. Me sentí renovada por ese tiempo de risa y gozo puro. Atesoramos el momento y gracias a la tecnología, podemos volver a vivirlo con el toque de un botón.
Toma un momento para reírte hoy. Busca el gozo en lo más sencillo y no encuentras con quien reírte, mándame un mensaje y compartiré el video de la risa contagiosa de mis sobrinos.
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Después de que se nos fue la neblina, empacamos el carro y fuimos al río. El pequeño frío del agua se nos fue al salpicar, nadar, tirar piedras, y flotar en la corriente suave. Después de pasar la mañana en el río, volvimos a casa para limpiarnos y almorzar.
Pero en la mente del niño de casi cinco años, ya nos habíamos bañado, así que no hacía falta un baño en la casa. Su mamá le explicó con paciencia que su cuerpo estaba tan sucio como el traje de baño que acababa de quitar, marcado por la mugre del río.
Tan pronto volvimos a la casa, subí la escalera para bañarme rapidito y luego preparar el almuerzo para todos. Pero al entrar en la ducha y permitir que el agua limpia me bañara, el sentir de “rapidito” se me fue con lo sucio. Me sentí renovada y refrescada. No quería salir de la ducha y jamás quería que se me pasara lo que sentí en ese momento.