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Escrito por Wendy Neill, Coordinadora de Avance del MHRH en Arkansas
Como sabrás, nuestro tema para este año como ministerio es "Comprometidas con Cristo, las 24 horas del día, los 7 días de la semana en el 2024". Este mes, estamos enfocadas en ser discípulas comprometidas.
Santiago, el hermano de Jesús, fue un líder prominente entre las iglesias del Nuevo Testamento. Escribió el libro de Santiago a los primeros cristianos, y comienza con una declaración bastante impactante: “Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas” (Stg 1:2 NVI). La alegría no es la emoción que suelo sentir cuando me enfrento a pruebas. Entonces, ¿por qué dice eso? Sigamos leyendo: “... pues ya saben que la prueba de su fe produce perseverancia. Y la perseverancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros sin que les falte nada” (Stg 1:3-4).
La alegría proviene de saber que esas pruebas hacen el importante trabajo de producir perseverancia, haciéndonos maduros y completos, para que no nos falte nada. Puedo emocionarme más con eso.
Pero lo que realmente aumenta mi gozo se encuentra más abajo en el versículo 12: "Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a quienes lo aman" (Stg 1:12). ¡Ahora estoy contigo, Santiago! Puedo ver el proceso y cómo puedo considerarlo alegría:
Compromiso con Cristo -> Pruebas -> Perseverancia -> Madurez -> ¡Corona de Vida!
En el capítulo cinco, Santiago vuelve a mencionar la perseverancia: “En verdad, consideramos dichosos a los que perseveraron. Ustedes han oído hablar de la perseverancia de Job y han visto lo que al final le dio el Señor. El Señor es muy compasivo y misericordioso” (St 5:11). Job pasó por pruebas extremas que espero que nunca tengas que enfrentar. Pero Santiago nos está recordando: ¡Pero mira lo que Dios hizo por Job al final!
Al igual que Santiago, creo mucho en tener el fin en mente, especialmente cuando se trata del Cielo. Cuando ponemos nuestros ojos, nuestras mentes y nuestros corazones en el "final del juego", es más fácil seguir poniendo un pie delante del otro en la fe. Mis versículos favoritos sobre la perseverancia son los versículos de "vencedor" en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis. Tómate un tiempo para leer esos dos capítulos y busca este modelo: "Al que salga vencedor, le daré_______". (NOTA: la RV1960 usa "quien venciere", mientras que otras versiones usan "quien salga victorioso").
Te abriré el apetito dándote la primera: "Al que salga vencedor le daré derecho a comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios" (Ap 2:7b). Santiago nos dijo que recibiríamos la corona de la vida si perseverábamos, pero aprendemos de Juan en Apocalipsis que también comeremos del árbol de la vida en el Paraíso. ¡Definitivamente puedo sentir alegría cuando tengo ese final en mente! Sigue leyendo esos dos capítulos y encontrarás más promesas emocionantes para aquellos que venzan.
Todos enfrentamos pruebas que ponen a prueba nuestro compromiso con Cristo. A veces debemos perseverar a través de "grandes" pruebas:
- Confiando en Dios a través de un diagnóstico médico que pone nuestro mundo patas arriba.
- Sosteniendo Su mano a través de la muerte inesperada de un ser querido.
- Trayéndole nuestras dudas acerca de Sus planes.
A veces perseveramos a través de nuestras pruebas cotidianas y "mundanas":
- Evitar que esas palabras hirientes se escapen de nuestros labios durante una discusión.
- Apartar la mirada de las imágenes que corrompen nuestras mentes.
- Extender la gracia y la aceptación al compañero de trabajo con el que es difícil estar.
Grande o pequeña, Dios ve tu perseverancia y te recompensará.
¿Hay "grandes" pruebas a las que te enfrentas en este momento? ¿Con qué pruebas "mundanas" luchas? ¿Cuál de las promesas anteriores del "final del juego" te ayudaría a perseverar en tu compromiso con Dios?
"No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos" (Gál 6:9 NVI).
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Escrito por Keren Soraia, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Santa Rita do Passa Quatro, Brasil
Nuestro Señor dice: "y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres" (Jn 8:32 NVI). Sé que este pasaje está hablando del evangelio que nos da la salvación y la vida eterna, pero también creo que se puede aplicar así: cuando decimos la verdad, estamos libres de las posibles consecuencias del pecado. Cuando encontramos a alguien que nos dice la verdad, aunque sea difícil de escuchar, sabemos que podemos confiar en él. Por lo tanto, cuando decimos la verdad, nos convertimos en personas dignas de confianza.
Pensé muchas veces en cómo abordar este tema: qué decir, cómo decirlo. Después de todo, hablar de la verdad no es algo a lo que nuestra naturaleza humana esté acostumbrada, sino que prefiere esconderse detrás de mentiras u omisiones, dejándonos con la sensación de que “es mejor así”. Si miento u omito este hecho, no tendré que lidiar con esa persona o problema. Nuestra vida parece “más fácil” de esta manera y no nos damos cuenta de los problemas y consecuencias resultantes. Cuando nos damos cuenta, la mentira ya es una bola de nieve tan grande que no tenemos otra salida que resolver el problema y asumir las consecuencias.
Una vez, en mi antiguo trabajo, recibimos un gran pedido de carne. Me di cuenta de que este pedido tardaba mucho en salir y si se dejaba en el congelador demasiado tiempo, la carne se congelaría. Debido a que yo no era la supervisora en el momento de esta orden, no era mi problema (todavía). Pero cuando llegó el momento en el que asumí el cargo de supervisora, adivinen lo que todavía estaba en el congelador: la carne. Minutos después había un cliente enojado al teléfono, mi jefe preguntaba qué estaba pasando, por qué no se había entregado el pedido y un asistente del gerente preguntaba qué iba a hacer, por qué la carne estaba congelada y decía que, si el cliente cancelaba el pedido, la carne no iba a ser apta para la venta. Pensé: ¿y ahora qué? ¿Por qué no dije nada, por qué no lo resolví en ese momento? Incluso si no era mi responsabilidad, si lo hubiera resuelto, no estaría pasando por esto ahora. Mis consecuencias: estrés, una advertencia y pagar personalmente por una parte de la carne que el cliente no aceptó.
En las Escrituras, encontramos estos pasajes:
También han oído que se dijo a sus antepasados: “No faltes a tu juramento, sino cumple con tus promesas al Señor”. Pero yo digo: No juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva blanco o negro. Cuando ustedes digan “sí”, que sea realmente sí; y cuando digan “no”, que sea no. Cualquier otra cosa que digan más allá de esto proviene del maligno. (Mt 5:33-37)
Sobre todo, hermanos míos, no juren ni por el cielo ni por la tierra ni por ninguna otra cosa. Que su «sí» sea «sí», y su «no», «no», para que no sean condenados. (Stg 5:12)
Estos pasajes hablan de cosas similares, como no jurar por nada y especialmente por Dios, y que nuestro sí debe significar sí y nuestro no debe significar no. No puedo decirte cuántas veces mi madre me citó este texto. Todavía puedo oírla claramente. En ese momento no entendía por qué. Pero ahora lo entiendo: mi madre estaba usando las Escrituras para enseñarme acerca de la honradez y la integridad. Ella me enseñó que, si decía que sí, debía significar que sí, y que siempre debía cumplir mi palabra para que me tomaran en serio.
Hoy en día, ser honesto y tener integridad son virtudes tan poco comunes que cuando conocemos a alguien así, es inusual. Se ríen de ellos, se les llama ingenuos o se les dice que no saben cómo funciona el mundo, ¡pero así es como Cristo nos llama a ser! Debemos ser honestos y tener integridad no solo con respecto al dinero, sino con las personas, los sentimientos, las oraciones y, especialmente, en nuestra relación con Dios.
Tener integridad y ser honestos y fieles a nosotros mismos nos libera de las ataduras del pecado y de los temores que trae la vida, listos para ser llenos de la gracia y el amor de Dios, y nos prepara para transmitir esta gracia y amor a los demás. Después de todo, Cristo interactuó así con todos los que conoció mientras estuvo en la tierra.
¿Estamos dispuestas tú y yo a abrir nuestros corazones, siendo fieles como lo fue Cristo?