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El dolor crónico se ha convertido en algo constante en mi vida. Mi salud tambalea en un equilibrio delicado. Desafortunadamente, una vez que algo salga del buen estado, el resto de mi cuerpo se pone en alerta y reacciona de una forma exagerada como si todo fuera una amenaza o un veneno para mí.
Sin hacerles una lista de los síntomas o problemas que tengo, basta decir que varios miembros de mi cuerpo frecuentamente no se encuentran en un estado saludable ni sin dolor. Se presenta como un reto, a veces, considerando los aspectos del ministerio a los que Dios me ha llamado.
Alguien hizo una pregunta por Facebook: Si pudieras escoger una de las siguientes opciones para tu vida, ¿cuál escogerías? Un año de vacación, todo pagado; buena salud/no dolor… Había seis opciones y no me acuerdo de las demás, porque me quedé debatiendo entre esas dos.
¿Sabes cuál escogí? Déjame aclarar que para mí, si un año de vacación, todo pagado, significara hacer casi todo lo que hago ahora, pero sin la necesidad de buscar fondos, diría “¡Sí, por favor!”
Me reí con mi elección, pero me dejó pensativa dado que mi dolor estaba aumentando el resto del día en que leí eso en Facebook. Entonces, comencé a pensar sobre mi forma de pensar.
Mi dolor estaba impidiendo el trabajo del Señor. Mi dolor abrumó todo otro pensamiento y emoción. Mi dolor demandaba toda mi atención, mi tiempo y hasta mis fondos.
¿Debería pedirle a Dios un alivio total de mi dolor, resolver todo asunto de mi salud y las complicaciones que causan desafíos cuando viajo y al cumplir Su llamado? No sé…
Porque he sido transformada por el dolor.
Créeme o no, si tuviera la opción, de verdad creo que escogería el dolor.
El dolor me ayuda a identificarme más con Cristo y los discípulos… “El espíritu está dispuesto, pero la carne débil.” El dolor me obliga a depender de la fuente verdadera de fuerza. El dolor me saca de la rutina. El dolor revela mis debilidades espirituales. El dolor me hace más compasiva. El dolor me recuerda que Dios está en control. El dolor me promete que el dolor se convertirá en gozo, el lamento en danza. En el dolor anhelo los cielos. Y el dolor me lleva a conectarme más con otros miembros del cuerpo de Cristo, la iglesia, con cada uno haciendo su parte.
La transformación es un proceso complicado, hasta doloroso. Pero podemos glorificar a Dios en medio del dolor y ser transformadas por él.
El dolor me ayuda a mantener los ojos puestos en Dios.
Salmo 119:71 “Me hizo bien haber sido afligido, porque así llegué a conocer tus decretos.”
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Caminamos por fe, no por vista (2 Cor. 5:7). Y cuando caminamos con confianza, luego podemos llegar a ver claramente lo que Dios estaba haciendo durante todo ese tiempo.
En el libro El príncipe Caspian, por C.S. Lewis, Lucy es la primera que ve el león, Aslan, regresar. Sin embargo, nadie la cree porque no lo han visto con sus propios ojos. Luego, cuando Lucy ve el león y habla con él sobre la primera vez que lo vio, ella expresa su frustración con sus hermanos que no tenían ojos para ver el león ni la fe para creer que Lucy sí lo había visto.
Luego, Aslan la manda a compartir las buenas nuevas de su regreso: “…vuelve a los otros ahora, y despiértales; y diles que me has visto nuevamente; y que todos tienen que despertarse de inmediato y seguirme…”
“¿Y los demás te van a ver también?” preguntó Lucy.
“Ciertamente que no al principio,” dijo Aslan. “Más tarde, depende.”
“¡Pero no me van a creer!” dijo Lucy.
“No importa,” dijo Aslan.
Lucy sigue lamentando que Aslan no va a aparecer y conquistar a sus enemigos de la misma manera que hizo la primera vez (en otro libro). Pero los dos saben que, con el tiempo, y con una vista clara hacia atrás, todos tendrán la oportunidad de creer y confiar en la manera que Aslan sí seguirá trabajando en el futuro.
Nos cuesta cuando somos los únicos que creen. Nos aferramos a Dios con la fe como la de un niño. Confiamos en lo que no vemos. Pero la vista clara y la afirmación de la fidelidad de Dios vienen cuando miramos para atrás y reconocemos que siempre estaba allí trabajando. Informa nuestro testimonio de fe con el que contamos hoy (Heb. 11).
¿Hay un tiempo en tu vida en el que puedes mirar para atrás y ver cómo Dios estaba trabajando? ¿Cómo te ayuda a ver con ojos de fe, ver el YO SOY con claridad y fortalecer tu testimonio de fe? Toma la oportunidad de compartir esa historia de la fidelidad de Dios con alguien hoy. La historia de lo que ves con claridad ahora, por la confianza que tienes en la mano trabajadora de Dios, puede ser de mucho ánimo para otra persona. Puede que a esa persona le cuesta ver al YO SOY con claridad en medio de sus propias circunstancias. Y tu testimonio de fe le puede ayudar y te recordará de tu propia confianza.