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Escrito por Luzia Casali, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Porto Alegre, Brasil
La Palabra de Dios aplica el simbolismo del matrimonio a la relación entre Cristo y Su iglesia. A través del sacrificio personal, Él escogió a la iglesia para ser Su novia.
Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable. (Ef 5:25-27 NVI)
En los tiempos bíblicos, después de que el novio se comprometía con el matrimonio, dejaba la casa de sus padres para construir su propia casa. Una vez que la casa estuviera lista, se casaría y llevaría a su esposa a vivir en ella. Tenemos la misma comparación de Cristo con la iglesia en Apocalipsis 19:7: "¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado".
En el Evangelio de Juan, capítulo 14, cuando Jesús habló a sus discípulos, tenía en mente esta costumbre hebrea (vv. 2-3). El siguiente consejo, dado durante esa conversación, es útil para la iglesia de hoy.
- No te preocupes.
Jesús aconseja que incluso cuando enfrentemos luchas y pruebas personales, debemos seguir Sus pasos. Él es el camino (v. 6). Él es el que nos dará la dirección correcta para nuestras vidas. Podemos tener la paz que sobrepasa todo entendimiento solo si confiamos en Él, si tenemos la plena convicción de que Él está preparando las habitaciones y vendrá a llevarnos a nuestro hogar eterno.
- Cree en Jesús y en Dios.
Él dice claramente que debemos creer tanto en el Padre como en el Hijo. Y si conocemos a Cristo, también conoceremos a Dios. Quien ve a Cristo, ve a Dios.
La forma en que conocemos a Cristo es leyendo los Evangelios. Contienen la vida, las enseñanzas, los milagros, la muerte y la resurrección del Hijo de Dios.
- La obediencia a Cristo es una demostración de amor.
Jesús deja claro que el amor por Él y la obediencia a Sus mandamientos siempre van de la mano. ¿Y cómo podemos obedecer Sus mandamientos? Conociéndolos.
¿Cómo podemos conocerlos? Estudiando la Palabra de Dios. La Biblia es la "boca" a través de la cual Dios nos habla. Fue escrito por hombres, pero ellos hablaron en nombre de Dios (2Pe 1:20-21; 2Ti 3:15-16). Es en la Palabra que conoceremos la voluntad y los mandamientos del Padre Celestial.
- Oración.
Cristo quiere tener una relación interpersonal con nosotros. Así como Él quiere que conozcamos la voluntad del Padre y la Suya, también quiere conocer la nuestra.
Él quiere que le pidamos al Padre en Su nombre. Es como si Él fuera nuestro fiador. Si bien esto es fantástico, por otro lado, crea mucha responsabilidad. No podemos pedir cualquier cosa; necesitamos estar alineados con la voluntad del Padre. Necesitamos estar cimentados en Su Palabra. Si es la voluntad de Dios, será concedida. Tampoco podemos olvidar que Él ha enviado al Consolador. Lo prometió y lo cumplió. Él envió al Espíritu Santo, y nosotros somos Su santuario (1Co 6:19).
Es el Espíritu Santo quien nos ayuda en nuestras oraciones. Además de consolarnos, Él nos ayuda en nuestras debilidades y en nuestras oraciones (Romanos 8:26).
- Permanece fiel.
Así como la novia tenía la responsabilidad de ser fiel al novio, la iglesia de Cristo debe permanecer fiel a la sana doctrina y a Sus mandamientos.
No podemos adorar a otros dioses. Para Dios, esto es como cometer adulterio, según Jeremías 3:13: "Tan solo reconoce tu culpa y que te rebelaste contra el Señor tu Dios. Bajo todo árbol frondoso has brindado a dioses extraños tus favores y no has querido obedecerme".
Por lo tanto, el novio ya ha cumplido su parte: fue a preparar un lugar y envió al Consolador, el Espíritu Santo de Dios. Nosotros, como la novia de Cristo, no debemos preocuparnos porque creemos que el novio ha ido a preparar nuestro hogar y vendrá por nosotros. Sin embargo, debemos tener fe en Dios y en Su Hijo, mantener un diálogo constante con Él a través de la lectura de la Biblia, obedecer la Palabra y permanecer fieles a nuestro Dios misericordioso.
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Escrito por Beliza Kocev, Coordinadora de Brasil del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
Nunca me gustó mi nombre. Escribía otros nombres en todos los álbumes de fotos de mi infancia. No estoy muy segura de por qué, pero siempre sentí que tenía un nombre extraño y sin sentido (incluso en portugués, Beliza no es un nombre común). Nadie más tenía ese nombre, y todos me preguntaban de dónde venía.
Tampoco me gustaba mi apellido. En Brasil, Silva es un apellido muy común. Hoy reconozco que solo quería sentirme especial, y tener un apellido súper común iba en contra de mi deseo. A lo largo de mi infancia y adolescencia, planeaba cambiar mi nombre en la oficina de registro cuando cumpliera 18 años. Hice planes para casarme con un hombre con un apellido largo para poder tener un apellido "especial".
No hice ninguna de las dos cosas.
Sigo siendo Beliza, y hoy me gusta que mi nombre sea inusual y que mi madre haya dedicado tiempo y creatividad para elegir mi nombre (de hecho, ¡crearlo!). Beliza es un reacomodo del nombre de mi abuela IZA-BEL -> BEL-IZA). Y aunque me casé, Silva se quedó (ya que la oficina del registro civil no me permitió quitar mi apellido, solo agregar el nombre de mi esposo, que, por cierto, no es tan largo como me había imaginado ja,ja).
El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor le daré del maná escondido y le daré también una piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo que solo conoce quien la recibe. (Ap 2:17)
Recibiré un nuevo nombre, aún no sé cuál será... Pero como un padre que elige el nombre de sus hijos, Dios me dará un nuevo nombre, recordando que soy una hija adoptiva y parte de la familia de Dios. Un nombre mucho más especial que Beliza, un nombre eterno.
En las Escrituras, vemos que el concepto de un nombre es más que una simple combinación de letras. Es una representación de la esencia de la persona que lo lleva. Cuando decimos "en el nombre de Jesús" estamos hablando de Cristo mismo, no solo de una combinación de letras. “Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14:13-14).
Además, darle un nombre a alguien era un símbolo de la autoridad que uno tenía sobre esa persona. Adán nombró a los animales (Gn 2:19), y Dios ya había dicho que Adán gobernaría sobre ellos (Gn 1:26-28). Así como José y María no eligieron el nombre de su hijo, le correspondió a Dios decidir que se llamaría Jesús (Mt 1:21). De vez en cuando, vemos a Dios cambiando el nombre de alguien como símbolo de un nuevo estatus, como fue el caso de Abraham (de Abram), Sara (de Sarai) e Israel (de Jacob).
Un nuevo nombre, un nuevo estatus, una nueva identidad.
Que tengamos la fuerza y el coraje para permanecer firmes en la fe y recibir nuestro nuevo nombre y corona: "Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener una corona que se echa a perder; nosotros, en cambio, por una que dura para siempre" (1Co 9:25).
No sé si te gusta tu nombre o no, pero saber que nuestro Padre elige un nombre eterno para nosotros debería hacernos sentir agradecidos por el cuidado y el cariño de Dios por nosotros. Debería ayudarnos a recordar que no hay amor más grande que este: ser llamados hijos de Dios. Que guardemos esto en nuestro corazón hasta el día en que se cumplan las palabras de Apocalipsis 22:4: "lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente".