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Cuando estuve en la escuela, como a los 12 años, empecé a escribir en un diario de oraciones. Fue una manera más enfocada para expresar mis pensamientos y oraciones a Dios. También fue tremendo testimonio de cómo Dios estaba trabajando en mi vida al volver a leer las oraciones pasadas.
Unos años después de empezar esa práctica, le pedí a Dios que usara mi interés por los idiomas, para su gloria. Por el interés de mi hermana, toda la familia tomó un curso para aprender el lenguaje de señas y yo ya había empezado mi estudio del español.
Poco después de hacer esa oración, se presentó la oportunidad de recibir una estudiante brasileña en nuestra casa. También nos dio la oportunidad de conocer a su familia y recibirles en una visita. Mi español limitado y su inglés casi inexistente nos causó mucha risa al comunicarnos con su familia en portugués, pero hicimos un buen intento y tuvieron una linda visita.
En ese tiempo, pensé que ésa era la única manera en que Dios me estaba contestando esa oración sobre mi pasión por los idiomas. Ja! Estaba limitando el potencial de Dios en mi vida.
Te invito a tomar un momento para reflexionar sobre una oración que le hayas hecho a Dios. Puede que él no haya terminado de contestártela. No le limitemos en cómo nos él responde a las oraciones en nuestras vidas.
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Una compañía celular presentó una pregunta como parte de su promoción que se hizo muy popular, “¿Me escuchas ahora?” Es una frase que se repite mucho cuando uno esté en un lugar donde no hay buena cobertura.
El viernes pasado, estuve manejando por las montañas de Colorado entre Denver y Estes Park. Por supuesto, la belleza de las montañas no permite una buena señal para los celulares, pero vale la pena pasar por lugares tan bellos que Dios creó.
Ya la presidenta de la junta directiva, Katie, y yo llevamos un tiempo hablando, pero habíamos pasado a un tiempo de oración cuando empecé a navegar las carreteras montañosas.
Empecé la oración, levantando al Padre nuestras peticiones personales y para el ministerio – cosas que queremos siempre dejar en sus manos. Katie escuchó y ofreció un “amén” en silencio. Después de un tiempo de silencio, Katie pensó que yo había tomado una pausa y esperó a que yo siguiera, dudando si debería empezar su oración en voz alta. Resulta que se nos había caído la llamada.
Le llamé de nuevo y seguí mi oración, insegura de lo que había oído. Luego de otro rato de silencio, Katie empezó su oración, pensando que yo ya había terminado. Pues, no. Se nos cayó la llamada otra vez. Tardamos más tiempo en darnos cuenta de la llamada perdida esa vez.
Cuando por fin nos volvimos a conectar, nos reímos de la manera en que ninguna de las dos quiso interrumpir la otra y cómo no supimos cuánto había escuchado la otra. Pero, de verdad, no importó lo que escuchó la otra. Porque Dios sí nos oyó.
Los oídos de Dios no dependen de la cobertura de los celulares. Su atención no está limitado a las oraciones de una sola persona a la vez. “¿Me escuchas ahora?” ¡La respuesta de Dios siempre es que sí!