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No podemos reconocer las mentiras hasta que las traigamos a la luz de la Palabra. Y cuando las revelamos, como las cucarachas, ¡huirán!
Eva había perdido su enfoque. 2 Corintios 11:3 nos da una advertencia similar, “Pero me temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, los pensamientos de ustedes sean desviados de un compromiso puro y sincero con Cristo.”
Permitimos que la influencia de Satanás inquiete nuestra fe, perdemos la vista de nuestra esperanza, y nos lleva a sentir no-amadas. Es fácil distraernos y llegar a una vista distorsionada de la verdad y perder nuestro compromiso puro y sincero con Cristo. Puede que no lo reconozcamos, si la dejamos a nuestro propio criterio. Dios nos ha dado su Palabra y su cuerpo, la iglesia, para guiarnos y ayudarnos a revelar las mentiras que nos tienen atrapadas.
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Con una palabra, Dios habló a existencia el mundo. Con una palabra, Jesús sanó el hijo del funcionario y el funcionario “creyó lo que Jesús dijo y se fue” (Jn. 4:50).
Con una palabra, Pedro traicionó a su Señor. Pero luego transformó sus palabras, y predicó un sermón guiado por el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, afirmando lo que dijo con Juan que “nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch. 4:20).
Moisés no se sintió capaz de palabras elocuentes. Sin embargo, Dios le usó para declarar al Faraón las palabras libradoras de promesa para el pueblo de Dios, “Deja ir a mi pueblo” (Ex. 5:1).
Las palabras son poderosas. Las palabras han logrado paz y han comenzado guerras. Las palabras pueden comenzar una relación, y la pueden terminar así de rápido también. Las palabras pueden afirmar o renegar, animar o destruir, apoderar o atrapar.