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Escrito por Débora Amaro, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Campo Grande, Brasil.
Son muchos los relatos sobre Jesús en que Su divinidad es manifiesta con gran poder, y creo que resucitar personas es la más grande de estas demostraciones. Tenemos algunos relatos bíblicos, como el del hijo de la viuda de Nain (Lucas 7:11-17), Lázaro (Juan 11) y la hija de Jairo (Mateo 9).
Pero por el momento, nos vamos a enfocar en la hija de Jairo. No conocemos su nombre, ni su edad, tampoco su apariencia. La única información que nos es dada es la de su decendencia: hija de Jairo. Vamos a observar toda la historia:
‘‘Mientras él les decía esto, un dirigente judío llegó, se arrodilló delante de él y le dijo: Mi hija acaba de morir. Pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Jesús se levantó y fue con él, acompañado de sus discípulos.
[…]
Cuando Jesús entró en la casa del dirigente y vio a los flautistas y el alboroto de la gente, les dijo: Váyanse. La niña no está muerta, sino dormida. Entonces empezaron a burlarse de él. Pero cuando se les hizo salir, entró él, tomó de la mano a la niña, y esta se levantó. La noticia se divulgó por toda aquella región.” (Mt. 9:18-19, 23-26, NVI)
Esta compleja historia demuestra la compasión de Jesús por las mujeres y niños, los cuales, en la mayor parte de las veces eran menospreciados en la sociedad judea del primer siglo.
Sabemos que Jesús tiene poder para resucitar a los muertos. Él mismo fue resucitado luego de su crucifixión y hoy vive al lado derecho del Padre. Pero, una cosa es saberlo, leerlo y oírlo hablar, y otra cosa es realmente experimentar de ese poder.
Ahí es donde está el misterio: ¡no somos la hija de Jairo, pero también estábamos muertas y también fuimos resucitadas!
Mira qué tan bella es la realidad de lo que Cristo ha hecho por nosotras, en las palabras del mismo apóstol Pablo:
‘‘En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús.” (Ef. 2:1-7, NVI)
Como la hija de Jairo, no poseíamos (por lo menos en el relato bíblico) nombre ni identidad.
Así como Jairo intercedió a Dios en favor de su hija, Jesús intercedió a Dios en nuestro favor.
Así como muchos dudaron del poder de Dios en aquel tiempo, muchos dudan en los tiempos actuales sobre el poder de Dios para transformar vidas. Así como Jesús sabía que había esperanza para la hija de Jairo, porque Él es poderoso para traer VIDA, así Él sabía que había esperanza también para nosotras a través de Su sacrificio.
Cuando Jesús dijo que no había razón para llanto, se rieron de Él. Los que dudan del poder de Dios, pueden reírse de nuestra fe, pero no pueden argumentar en contra de un milagro: ¡una vida renovada es un milagro!
La historia de la hija de Jairo también habla sobre nosotras: ¡Cristo tiene el poder para resucitar! ¡Es increíble saber que el mismo poder que resucitó a Jesús actúa en nosotras hoy!
‘‘(...) Y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales…’’ (Ef. 1:19-20, NVI)
¿Hay algo que nuestro Dios no puede hacer? El más grande milagro que Él ha realizado, darnos nueva vida.
Dios nos bendiga.
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Escrito por Alicia Gonzalez, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Austin, TX
Nací en un lugar muy hermoso, Michoacán es considerado el Alma de México. Recorrer la entidad es darse cuenta del sentir cultural y la riqueza de un pueblo que conserva sus tradiciones, costumbres y belleza arquitectónica combinado con historia en cada calle, en cada persona, en cada festividad, en la gastronomía y coloridas artesanías.
A la edad de 14 años comencé a darme cuenta de que esos colores se tornaban grises. Parecía que no eran tan hermosos como yo los veía de niña. A veces, al mirar todo el arduo trabajo que hacían las mujeres que viven en lugares alejados de la ciudad, me preguntaba si tan solo pudiera tener alas como una mariposa y poder escapar. El sufrimiento de ellas, donde se piensa que la mujer sólo es para tener hijos y atender a un esposo, llegué a pensar que Dios era injusto y que Él no amaba a todos por igual. Yo sabía que existía un Dios.
Una mañana llegué por agua al río como de costumbre y miré a una mujer como en el octavo mes de embarazo, ella lloraba por el abuso físico y psicológico por parte de su esposo. Sus lágrimas caían y se las llevaba la corriente. Ahí en ese preciso momento sentí que mi vida se detuvo. Me dije a mí misma: No me casaré, no quiero seguir la cadena de las mujeres de mi pueblo. ¿Será que se pueden romper las cadenas? Me preguntaba si existían hombres y mujeres diferentes a los que conocía.
Yo no sabía que ya en ese entonces había una hermosa mujer quien, sin conocer a Dios, oraba a Dios en su angustia de madre, para que le diera una buena esposa a su hijo. ¿Quién pensaría que esa esposa sería yo, la misma que no pensaba casarse?
Años más tarde llegué a la ciudad de Austin, TX, en donde conocí a Dios. Él me enseñó que se puede vivir una nueva vida. En el 2007, entregué mi vida a Dios. Desde entonces me propuse a dar a conocer a las personas que me rodean que sí se puede vivir de una forma diferente a las costumbres que muchas veces se nos enseña, porque todos tenemos un valor especial para Dios, no importa quién seas ni de donde vengas, el sufrimiento será menos pesado porque ya no estaremos solas.
2 Corintios 5:17 dice, “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas”.
Dios permitió que encontrara en esta ciudad a un hombre maravilloso. Me sentí como Rut al llegar a trabajar en donde él trabajaba, porque él era especial. Un joven sabio, aun sin conocer el evangelio. Sin duda que Dios ya lo había elegido para servir en Su obra. Yo recuerdo que yo aún estaba recibiendo clases en la iglesia y no me había bautizado, pero yo ya le estaba compartiendo a él sobre la Palabra de Dios. Él se bautizó un año después de que yo lo hiciera. Duramos 3 años de novios, y nuestras salidas eran a evangelizar junto con el predicador. Hermosos momentos, y aquí estamos, 13 años después, felizmente casados y con un hijo hermoso quien también ora, canta y le gusta ayudar a los demás.
Los planes y los tiempos de Dios son perfectos. El sacrificio de Cristo Jesús me hizo entender el gran amor de Dios para todos los que decidan seguirle. Y claro que Él puede romper esas cadenas que vienen de generación en generación. Él puede dar una vida nueva. ¡Sí existen hombres y mujeres capaces de cambiar la vida de toda una generación!
Después de que mi vida cambió, vine a formar parte de la iglesia; la familia de mi esposo, incluyendo a mi suegra, también es ahora una familia que trabaja en la obra.
¿Cuántas vidas pueden ser cambiadas porque solo una persona llegue a los pies de Cristo? El trabajo que estás haciendo ahora tendrá su recompensa.
Querida hermana sigue luchando sigue creyendo.
¡¡Así fue como Dios cambió mi vida!! Y ahora mis ojos lo ven, “De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5).
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