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“Gracias por escucharme. Me siento mejor al nada más poder hablar del asunto.” Una hermana así expresó su agradecimiento después de una conversación larga de muchas lágrimas. Había compartido conmigo unas cosas que le pesan en el corazón – cosas que están afectando mucho a la familia.
Cuando verbalizamos las cosas por las cuales estamos pasando, a Dios y a otros, se nos alivia el peso, se minimiza el dolor, y se baja el nivel de intensidad. Además, al compartir la carga de lo que nos enfrenta, recordamos que no estamos solas.
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“Fingir hasta que lo logras,” suena muy artificial, superficial, e insincero. Sin embargo, animamos a los niños a jugar vistiéndose de todo, permitiéndoles anhelar algo que, por el momento, está todavía inalcanzable. Pero, al hacer eso, le permitimos ejercitar los músculos y agudizar sus mentes, practicando lo que sí serán algún día.
Como C.S. Lewis lo describió:
Muy a menudo la única manera de desarrollar verdaderamente una cualidad es empezar a comportarse como si uno ya la tuviera. Tal es la razón de que sean tan importantes los juegos de niños. Siempre están aparentando ser adultos, jugando a los soldados, el almacén. Y lo que todo el tiempo están haciendo es fortalecer sus músculos y agudizar sus mentes, de tal manera que el aparentar ser adultos los ayuda a crecer de veras.
Ahora bien, en el instante en que te dices, “Aquí estoy, vistiéndome de Cristo,” es muy probable que veas de inmediato algún modo en que, en ese momento, el aparentar puede transformarse en menos una aparentar y más una realidad. Descubrirás que en tu mente dan vueltas diversas cosas que no estarían ahí si verdaderamente fueras un hijo de Dios. Bien, detenlas. O puedes advertir que, en vez de rezar, deberías estar abajo escribiendo una carta, o ayudando a tu esposa a lavar los platos. Bien, anda y hazlo.
Entre más “nos vestimos de acuerdo” como hijas de Dios, más ejercitamos los músculos espirituales y agudizamos nuestras mentes como hijas del Rey, practicando lo que algún día ya somos.